Para crear la historia que dio origen a La soledad y una voz, hubo un encuentro que fue clave, y ocurrió unos meses antes de que me echaran del trabajo al volverme incómodo para mis jefes.
Un día llegó a nuestro estudio Orlando Patricio, un cantautor cubano que había pasado muchos años en la cárcel y que acababa de salir gracias a la labor de Amnistía Internacional. Llevaba pocos días en Madrid y nos habían propuesto editar un video con una de sus canciones para ayudar a promocionarlo. Solo hablé con él un par de días en el estudio y una noche que estuvimos tomando cervezas en una terraza, pero fue suficiente para darme cuenta de que estaba ante un hombre extraordinario, un luchador que no odiaba a pesar de haber perdido un brazo en la cárcel y de tener que componer la música de sus canciones tocando la guitarra con un sola mano.
Poco tiempo después empecé a escribir una historia que se desarrollaba en Madrid durante el último día del milenio, y el eje de la historia era una emisora de radio pirata cuyo presentador decide hacer un programa que se desarrolle durante las últimas dieciséis horas de aquel día y sirva para poner en contacto a todos los solitarios que no tienen grandes proyectos para esa noche tan especial, y uno de los personajes claves es Orlando, que se define a sí mismo como un recién nacido.
Ese guión lo terminé poco después de que me echaran, y decidí convertirlo en novela cuando terminé La futura memoria, al no tener ninguna idea original que pudiera desarrollar como novela.
Terminé La soledad y una voz cuando ya vivía en Almagro y decidí mandarla a unas pocas editoriales y concursos, pero no recibí respuestas. Entonces no tenía dinero para publicarla y una vez que llegó la fecha en que se desarrollaba la historia pensé que la novela había perdido vigencia y que estaba destinada a quedar en el olvido. Tuvo que ser en 2009, con la llegada de la impresión digital a las imprentas, lo que permitía hacer tiradas cortas a precios razonables, cuando decidí recuperar esta novela en la que trabajé con tanta ilusión, aunque no deja de ser una obra de un escritor primerizo al que le faltaba mucho por aprender.
Algún tiempo antes de publicarla, y a través de un actor cubano, supe que Orlando Patricio murió no mucho después de que yo lo conociera al sufrir una trágica caída durante una noche de fiesta en el Café Libertad. Cruel paradoja que un luchador por la libertad muriera en un lugar con ese nombre. También supe que Luís Pastor le había dedicado una canción a ese hombre que vivió poco, pero que sembró mucha vida.
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